El valor del padre como guía espiritual (Parte I. La Educación)

Porque ellos nos disciplinaban por pocos días como les parecía, pero El nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de Su santidad. Hebreos 12:10

Así dice el SEÑOR, tu Redentor, el Santo de Israel: “Yo soy el SEÑOR tu Dios, que te enseña para tu beneficio, que te conduce por el camino en que debes andar.” Isaías 48:17

Este mundo se ha quedado sin paradigmas. No hay muchas personas que sean ejemplos a seguir. Considerando a Cristo como modelo de paternidad, somos los padres de familia quienes debiéramos cumplir ese rol. Existe hoy una profunda crisis de identidad en toda la sociedad (ya la gente no sabe lo que es, ni el rol que juega en el ámbito social), y el individuo es fluctuante a la hora de mostrar convicciones. Por ello la familia viene a convertirse en el reducto, el fortín y torre donde mejor se pueden enseñar los valores más elementales a los hijos. Por supuesto que estamos hablando de los valores del Reino de Dios, de la vida cristiana.

La gente habla de valores con bastante prisa sin darse cuenta que los valores están sustentados en las convicciones. Cuando en una sociedad no hay convicciones profundas sobre los asuntos prioritarios que pertenecen a la vida, corre el peligro de que los valores que sustenta se diluyan entre alborotos de consignas y promesas vacías. Escucha bien papá, ¡tú eres el padre al que Dios le ha asignado el sagrado privilegio de ser guía espiritual de tus hijos! Después de Dios, como figura paterna, el paradigma de tus hijos ¡debes ser tú!

Le hemos entregado nuestros hijos a la sociedad y su educación a las escuelas donde estudian y a los maestros que les enseñan. Algún que otro educador que interacciona con tus hijos en el día a día se convertirá tarde o temprano – si tú no lo instruyes – en referencia obligada para ellos; si tú no los guías, si no llegas a ser su paradigma y ejemplo en el temor de Dios, ellos los imitarán – incluyendo sus vicios y sabe Dios qué convicciones – y vendrán los dolores de cabeza para aquellos padres (y madres) que confiaron la educación de los hijos solamente a las instituciones y sus filosofías. Este es el peligro de haber sacado a Dios de las escuelas. Mejor mirémoslo como la inmensa oportunidad que nos da el Señor de cumplir el verdadero rol de padre en la familia: el de amar, educarlos y someterlos a disciplina sin exasperarlos. Como bien nos advierte la Palabra: “Padres, no exasperen a sus hijos, no sea que se desanimen (Col 3.21).

Deseo hacer hincapié en el concepto de educar. La educación secular tiene como objetivo crecer en conocimientos y habilidades para que algún día la sociedad te reconozca por lo que haces. En Cristo, la educación que los padres deben impartir a los hijos tiene el objetivo de que estos crezcan en obediencia. Crecemos para obedecer mejor al Señor con convicción de fe. Nuestro Señor está mucho más interesado en lo que eres que en lo que haces. Muéstrale y enséñale (repíteles) a tus hijos lo que al amor de Dios ha hecho en ti y en la familia y ellos, tarde o temprano, lo comprenderán. La más terrible rebeldía de un hijo pródigo, declina cuando ellos ven y experimentan en carne propia que su papá es un hombre de Dios.

Papá, más que ser un proveedor y protector de tus hijos, lo cual es magnífico, el Señor quiere que tú seas la primera luz que le refleja en el hogar. Tus hijos te imitarán, si no hoy, será mañana, pero definitivamente lo harán. Así como Cristo obedecía al Padre, le imitaba al mismo tiempo en todo: su Palabra era la palabra del Padre, Su obra era la obra comisionada por el Padre, Su amor a la humanidad, era el sueño de redención del Padre, en su hijo Jesucristo, para un mundo que colapsa sin Dios.

Al referirse a Abraham, el Señor decía: “Yo lo he elegido para que instruya a sus hijos y a su familia, a fin de que se mantengan en el camino del Señor y pongan en práctica lo que es justo y recto. Así el Señor cumplirá lo que le ha prometido” (Gn 18.19).

 

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